Domingo, 12 de febrero de 2023
Primera lectura
Lectura del libro del Eclesiástico (15,16-21):
SI quieres, guardarás los mandamientos
y permanecerás fiel a su voluntad.
Él te ha puesto delante fuego y agua,
extiende tu mano a lo que quieras.
Ante los hombres está la vida y la muerte,
y a cada uno se le dará lo que prefiera.
Porque grande es la sabiduría del Señor,
fuerte es su poder y lo ve todo.
Sus ojos miran a los que le temen,
y conoce todas las obras del hombre.
A nadie obligó a ser impío,
y a nadie dio permiso para pecar.
Palabra de Dios
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Salmo
Sal 118,1-2.4-5.17-18.33-34
R./ Dichoso el que camina en la voluntad del Señor
V/. Dichoso el que, con vida intachable,
camina en la voluntad del Señor;
dichoso el que, guardando sus preceptos,
lo busca de todo corazón. R/.
V/. Tú promulgas tus mandatos
para que se observen exactamente.
Ojalá esté firme mi camino,
para cumplir tus decretos. R/.
V/. Haz bien a tu siervo: viviré
y cumpliré tus palabras;
ábreme los ojos, y contemplaré
las maravillas de tu ley. R/.
V/. Muéstrame, Señor, el camino de tus decretos,
y lo seguiré puntualmente;
enséñame a cumplir tu ley
y a guardarla de todo corazón. R/.
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Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los
Corintios (2,6-10):
Hablamos de sabiduría entre los perfectos; pero una
sabiduría que no es de este mundo ni de los príncipes de este mundo, condenados
a perecer, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida,
predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria.
Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido,
pues, si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la
gloria.
Sino que, como está escrito: «Ni el ojo vio, ni el oído
oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman».
Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu; pues el
Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.
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Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,17-37):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas:
no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra
que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes
y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los
cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de
los cielos.
Porque os digo que si vuestra justicia no es mayor que la
de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y
el que mate será reo de juicio.
Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera
contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá
que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la
“gehenna” del fuego.
Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el
altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja
allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y
entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida,
mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez y el juez al
alguacil, y te metan en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí
hasta que hayas pagado el último céntimo.
Habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio”.
Pero yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola,
ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.
Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo.
Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la “gehenna”.
Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala,
porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la “gehenna”.
Se dijo: “El que repudie a su mujer, que le dé acta de
repudio”. Pero yo os digo que si uno repudia a su mujer —no hablo de unión
ilegítima— la induce a cometer adulterio, y el que se casa con la repudiada
comete adulterio.
También habéis oído que se dijo a los antiguos: “No
jurarás en falso” y “Cumplirás tus juramentos al Señor”.
Pero yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el
cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies;
ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues
no puedes volver blanco o negro un solo cabello. Que vuestro hablar sea sí, sí,
no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno».
Palabra del Señor