Domingo, 5 de abril de 2020
Primera lectura
Lectura del libro de Isaías (50,4-7):
Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber
decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para
que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído. Y yo no resistí ni
me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que
mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me
ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como
pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.
Palabra de Dios
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Salmo
Sal 21,8-9.17-18a.19-20.23-24
R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Al verme, se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza:
«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre, si tanto lo quiere.» R/.
Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos. R/.
Se reparten mi ropa,
echan a suertes mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R/.
Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
Fieles del Señor, alabadlo;
linaje de Jacob, glorificadlo;
temedlo, linaje de Israel. R/.
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Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los
Filipenses (2,6-11):
Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de
su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición
de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso
Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo
que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el
abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Palabra de Dios
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Evangelio
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo
(26,14–27,66):
C. En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas
Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:
S. «¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?»
C. Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde
entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
C. El primer día de los Ázimos se acercaron los
discípulos a Jesús y le preguntaron:
S. -«¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?»
C. Él contestó:
+ «Id a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: "El
Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con
mis discípulos."»
C. Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y
prepararon la Pascua.
C. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras
comían dijo:
+ «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.»
C. Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno
tras otro:
S. «¿Soy yo acaso, Señor?»
C. Él respondió:
+ «El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va
a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del
que va a entregar al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido.»
C. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
S. «¿Soy yo acaso, Maestro?»
C. Él respondió:
+ «Tú lo has dicho.»
C. Durante la cena, Jesús cogió pan, pronunció la
bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:
+ «Tomad, comed: esto es mi cuerpo.»
C.. Y, cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias
y se la dio diciendo:
+ «Bebed todos; porque ésta es mi sangre, sangre de la
alianza, derramada por todos para el perdón de los pecados. Y os digo que no
beberé más del fruto de la vid, hasta el día que beba con vosotros el vino
nuevo en el reino de mi Padre.»
C. Cantaron el salmo y salieron para el monte de los
Olivos.
C. Entonces Jesús les dijo:
+ «Esta noche vais a caer todos por mi causa, porque está
escrito: "Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño."
Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea.»
C. Pedro replicó:
S. «Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré.»
C. Jesús le dijo:
+ «Te aseguro que esta noche, antes que el gallo cante,
me negarás tres veces.»
C . Pedro le replicó:
S. «Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. »
C. Y lo mismo decían los demás discípulos.
C. Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado
Getsemaní, y les dijo:
+ «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar.»
C. Y, llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo,
empezó a entristecerse y a angustiarse. Entonces dijo:
+ «Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo.»
C. Y, adelantándose un poco, cayó rostro en tierra y
oraba diciendo:
+ «Padre mío, si es posible, que pase y se aleje de mí
ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.»
C. Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos.
Dijo a Pedro:
+ «¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad
para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es
débil.»
C. De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo:
+ «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo
beba, hágase tu voluntad.»
C. Y, viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque
tenían los ojos cargados. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba,
repitiendo las mismas palabras. Luego se acercó a sus discípulos y les dijo:
+ «Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la
hora, y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores.
¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.»
C. Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de
los Doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, mandado por
los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta
contraseña:
S. «Al que yo bese, ése es; detenedlo.»
C. Después se acercó a Jesús y le dijo:
S. «¡Salve, Maestro!»
C. Y lo besó. Pero Jesús le contestó:
+ «Amigo, ¿a qué vienes?»
C. Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para
detenerlo. Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de
un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús le dijo:
+ «Envaina la espada; quien usa espada, a espada morirá.
¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? Él me mandaría en seguida más de
doce legiones de ángeles. Pero entonces no se cumpliría la Escritura, que dice
que esto tiene que pasar.»
C. Entonces dijo Jesús a la gente:
+ «¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a
un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me
detuvisteis.»
C. Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que
escribieron los profetas. En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron
y huyeron. Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo
sacerdote, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. Pedro lo seguía
de lejos, hasta el palacio del sumo sacerdote, y, entrando dentro, se sentó con
los criados para ver en qué paraba aquello. Los sumos sacerdotes y el sanedrín
en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y
no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían.
Finalmente, comparecieron dos, que dijeron:
S. «Éste ha dicho: "Puedo destruir el templo de Dios
y reconstruirlo en tres días."»
C. El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo:
S. «¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos
que levantan contra ti?»
C. Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo:
S. «Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres
el Mesías, el Hijo de Dios.»
C. Jesús le respondió:
+ «Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: Desde ahora
veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que
viene sobre las nubes del cielo.»
C. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras,
diciendo:
S. «Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?
Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?»
C. Y ellos contestaron:
S. «Es reo de muerte.»
C. Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon;
otros lo golpearon, diciendo:
S. «Haz de profeta, Mesías; ¿quién te ha pegado?»
C. Pedro estaba sentado fuera en el patio, y se le acercó
una criada y le dijo:
S. «También tú andabas con Jesús el Galileo.»
C. Él lo negó delante de todos, diciendo:
S. «No sé qué quieres decir.»
C. Y, al salir al portal, lo vio otra y dijo a los que
estaban allí:
S. «Éste andaba con Jesús el Nazareno.»
C. Otra vez negó él con juramento:
S. «No conozco a ese hombre.»
C. Poco después se acercaron los que estaban allí y
dijeron a Pedro:
S. «Seguro; tú también eres de ellos, te delata tu
acento.»
C. Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar,
diciendo:
S. «No conozco a ese hombre.»
C. Y en seguida cantó un gallo. Pedro se acordó de
aquellas palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo, me negarás tres
veces.» Y, saliendo afuera, lloró amargamente. Al hacerse de día, todos los
sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron para preparar la
condena a muerte de Jesús. Y, atándolo, lo llevaron y lo entregaron a Pilato,
el gobernador. Entonces Judas, el traidor, al ver que habían condenado a Jesús,
sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos
sacerdotes y ancianos, diciendo:
S. «He pecado, he entregado a la muerte a un inocente.»
C. Pero ellos dijeron:
S. «¿A nosotros qué? ¡Allá tú!»
C. Él, arrojando las monedas en el templo, se marchó; y
fue y se ahorcó. Los sumos sacerdotes, recogiendo las monedas, dijeron:
S. «No es lícito echarlas en el arca de las ofrendas,
porque son precio de sangre.»
C. Y, después de discutirlo, compraron con ellas el Campo
del Alfarero para cementerio de forasteros. Por eso aquel campo se llama
todavía «Campo de Sangre». Así se cumplió lo escrito por Jeremías, el profeta:
«Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según
la tasa de los hijos de Israel, y pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como
me lo había ordenado el Señor.» Jesús fue llevado ante el gobernador, y el
gobernador le preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Jesús respondió:
+ «Tú lo dices.»
C. Y, mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los
ancianos, no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:
S. «¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?»
C. Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador
estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el
que la gente quisiera. Había entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando
la gente acudió, les dijo Pilato:
S. «¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús,
a quien llaman el Mesías?»
C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y,
mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:
S. «No te metas con ese justo, porque esta noche he
sufrido mucho soñando con él.»
C. Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron
a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús. El
gobernador preguntó:
S. «¿A cuál de los dos queréis que os suelte?»
C. Ellos dijeron:
S. «A Barrabás.»
C. Pilato les preguntó:
S. «¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?»
C. Contestaron todos:
S. «Que lo crucifiquen.»
C. Pilato insistió:
S. «Pues, ¿qué mal ha hecho?»
C. Pero ellos gritaban más fuerte:
S. «¡Que lo crucifiquen!»
C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario,
se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia de la
multitud, diciendo:
S. «Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!»
C. Y el pueblo entero contestó:
S. «¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros
hijos!»
C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de
azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados del gobernador se
llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía; lo
desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de
espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha.
Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él, diciendo:
S. «¡Salve, rey de los judíos!»
C. Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban
con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su
ropa y lo llevaron a crucificar. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene,
llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Cuando llegaron al lugar
llamado Gólgota (que quiere decir: «La Calavera»), le dieron a beber vino
mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo,
se repartieron su ropa, echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo.
Encima de su cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el
rey de los judíos.» Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro
a la izquierda. Los que pasaban lo injuriaban y decían, meneando la cabeza:
S. «Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres
días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.»
C. Los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos
se burlaban también, diciendo:
S. «A otros ha salvado, y él no se puede salvar. ¿No es
el rey de Israel? Que baje ahora de la cruz, y le creeremos. ¿No ha confiado en
Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de
Dios?»
C. Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo
insultaban. Desde el mediodía hasta la media tarde, vinieron tinieblas sobre
toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó:
+ «Elí, Elí, lamá sabaktaní.»
C. (Es decir:
+ «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»)
C. Al oírlo, algunos de los que estaban por allí dijeron:
S. «A Elías llama éste.»
C. Uno de ellos fue corriendo; en seguida, cogió una
esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio a beber. Los
demás decían:
S. «Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo.»
C. Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa
C. Entonces, el velo del templo se rasgó en dos, de
arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron. Las tumbas se abrieron, y
muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él
resucitó, salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron
a muchos. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, el ver el
terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados:
S. «Realmente éste era Hijo de Dios.»
C. Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos,
aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderlo; entre ellas,
María Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los
Zebedeos. Al anochecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era
también discípulo de Jesús. Éste acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús.
Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo
envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había
excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se
marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí, sentadas enfrente del
sepulcro. A la mañana siguiente, pasado el día de la Preparación, acudieron en
grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron:
S. «Señor, nos hemos acordado que aquel impostor, estando
en vida, anunció: "A los tres días resucitaré." Por eso, da orden de
que vigilen el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan sus discípulos,
roben el cuerpo y digan al pueblo: "Ha resucitado de entre los
muertos." La última impostura sería peor que la primera.»
C. Pilato contestó:
S. «Ahí tenéis la guardia. Id vosotros y asegurad la
vigilancia como sabéis.»
C. Ellos fueron, sellaron la piedra y con la guardia
aseguraron la vigilancia del sepulcro.
Palabra del Señor
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