Ven, Espíritu Santo, penetra en las profundidades de mi alma con tu amor y tu poder. Arranca las raíces más profundas y ocultas del dolor y del pecado que están enterradas en mí.
Lávalas en la Sangre preciosa de Jesús y aniquila
definitivamente toda la ansiedad que traigo dentro de mí, toda amargura,
angustia, sufrimiento interior, desgaste emocional, infelicidad, tristeza, ira,
desesperación, envidia, odio, venganza, sentimiento de culpa, de autoacusación,
deseo de muerte y de fuga de mí mismo.
Toda opresión del maligno en mi alma, en mi cuerpo y toda
insidia que él pone en mi mente. ¡Oh bendito Espíritu Santo! Quema con tu fuego
abrasador toda tiniebla instalada dentro de mí, que me consume e impide ser
feliz.
Destruye en mí todas las consecuencias de mis pecados y de
los pecados de mis antepasados que se manifiestan en mis actitudes, decisiones,
temperamento, palabras, vicios. Libera Señor, toda mi descendencia de la
herencia de pecado y rebeldía contra las cosas de Dios que yo mismo le
transmití.
¡Ven, Santo Espíritu! ¡Ven en nombre de Jesús! Lávame en la
preciosa Sangre de Jesús, purifica todo mi ser, quiebra toda la dureza de mi
corazón, destruye todas las barreras de resentimiento, dolor, rencor, egoísmo,
maldad, orgullo, soberbia, falta de tolerancia, prejuicios e incredulidad que
hay en mí. Y, en el poder de Jesucristo resucitado.
¡Libérame, Señor! ¡Cúrame, Señor! ¡Ten piedad de mí,
Señor! ¡Ven, Espíritu Santo! Hazme
resucitar ahora a una nueva vida, plena de tu amor, alegría, paz y plenitud.
Sé que estás haciendo esto en mí ahora y asumo por la fe mi
liberación, cura y salvación en Jesucristo, mi Salvador. ¡Gloria a Ti, mi Dios!
¡Bendito seas para siempre! ¡Alabado seas, oh mi Dios! En nombre de Jesús y por
María, nuestra Madre.
Amén
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